10.13.2006

Una tarde en el olímpico de Berlin

Una tarde en el Olímpico de Berlín

Su mejor momento ya había pasado; por un instante fue la estrella que más brilló en el espacio. Ganó todas las copas de mayor prestigio en el mundo con su equipo y con su selección; además de varios reconocimientos individuales.

Pero las lesiones terminaron por agotarlo y marginarlo de las canchas por varios meses. Nadie pensó que estuviera al nivel para jugar otro mundial. Mucho menos para ser el capitán de su equipo. Mismo que había batallado para clasificar al mundial y que había empezado mostrando un nivel de juego bastante mediocre. Sin embargo, el equipo respondió correctamente y fue mejorando a lo largo de la justa. Eliminaron al antiguo campeón, eterno favorito, y a su vecino del sur que había mostrado todos los argumentos suficientes para ganar la copa.

La mejoría en su nivel de juego había sido notable desde que el equipo llegó a cuartos de final, se sentía mucho más suelto, pero más importante: él estaba jugando fenomenalmente, no corría mucho, ni retenía el balón por mucho tiempo, pero cómo se movía sin el balón, siempre abriendo espacios para sus compañeros. Aún a su edad era alguien tan peligroso que siempre tenía un defensa encima. Indudablemente, el buen futbol que había en la cancha pasaba por sus píes.

Cuando tenía la bola la guardaba por unos instantes para cederla inmediatamente al compañero que pudiera hacer mayor peligro en el equipo contrario. Su mote de: el mago de las canchas no era en balde. Daba gusto verlo jugar: con elegancia, con pausa, inteligencia y gran peligro en cada pase y tiro que daba.

Era la tarde del día antes de la gran final. El sol se iba metiendo lentamente y la especulación crecía. Él esperaba sentado en una mesa frente a la ventana viendo tranquilamente cómo se metía el sol. Había estado pensando todo el día, sabía que podían ganar el partido del día siguiente, no iba a ser fácil. Ambas selecciones tenían una justa causa por la cual luchar: una quería lavar el orgullo de su país y demostrar que a pesar de los escándalos de corrupción entre directivos y árbitros, los jugadores italianos estaban por encima de la política, de las instituciones y de toda la mierda que existe en los grandes negocios. Por otro lado, su selección jugaba para él, querían brindarle el mayor homenaje que le pudieran brindar al mejor jugador de la historia de su país: que se retirará campeón del mundo.

Él había dicho que se retiraría después que terminara el mundial. Muchos analistas y críticos decían que no tenía la categoría para que lo nombraran entre los grandes como Beckenbahuer, Maradona, Pele y Di Stefano; el argumento principal es que no era un hombre capaz de echarse el equipo al hombro y sacarlo adelante en momentos difíciles. Él mismo se lo preguntaba.

Esa tarde había llegado ante esta pregunta: ¿retirarse campeón o no? La primera opción le permitiría terminar su carrera como en película de Hollywood donde todos acaban felices y el “gran veterano” libra una última batalla desgarradora ante la cuál, contra todos los pronósticos se levanta campeón. Así, sería un nombre más en la lista de los grandes; el último gran jugador del siglo XX. Al terminar la puesta de sol sonrió. Sabía que el mundo del futbol lo iba a recordar como una leyenda. Probablemente se haría alguna película vulgar y comercial sobre su vida y éste épico momento.

Empezó el partido, era una tarde gloriosa en el Olímpico de Berlín, el mago, portando el emblemático número diez en la espalda, piso el césped con una tímida sonrisa. Empezó el juego, no habían pasado 10 minutos cuando decretaron un penalti a su favor. Los aspavientos de los azurris no se dejaron esperar; pero no había nada que hacer más que esperar el cobro. El Mago pisó el área chica y mientras acomodaba el balón la misma sonrisa tímida se volvió a asomar en sus labios. Sabía que estaba ante uno de los mejores porteros del mundo, pero no tenía ninguna duda: lo iba a superar. Se echó dos pasos para atrás para tomar impulso. Escuchó el pitido del árbitro indicando que se cobrara el penal, vio a su contrincante y corrió hacia el balón; solamente para detenerse antes de patearlo. Nadie creía lo que estaba viendo – emulando a los grandes de todos los tiempos: se detuvo antes de patear para que el portero se tirara antes- el portero se había lanzado pero el seguía frente al balón, solo para rematarlo con gran potencia en ese instante. La sopresa fue aún mayor, la pelota pegó en el poste, rebotó adentro de la raya y salió.

El ya corría para festejar el gol, sin embargo, redujo su carrera, la duda lo obligó a ver al juez de línea y cuando vio que daban el gol por bueno; él, medio estadio y todo un país lo gritaron a todo pulmón. A partir de ese momento los italianos se abalanzaron para conseguir el empate y no tardaron en conseguirlo. A partir de ese momento él y su equipo demostraron elegancia e imaginación, se escurrían entre los defensas italianos generando todo tipo de oportunidades pero el gol no caía.

Agotado el tiempo regular pasaron al tiempo extra. ¿Qué podía hacer para que las cosas salieran como las había planeado? El juego y el espíritu de sus compañeros lo arrojaban para adelante. El estadio entero esperaba una genialidad más, querían verlo levantar la copa. Y él lentamente iba cediendo a las expectativas, a la inercia del momento, no sólo él, también los italianos quienes, hacía el final, inconscientemente, habían adoptado el papel de los malos en la película de Hollywood. De repente, el embate francés se hizo sentir por la banda derecha, parecía uno más de sus intentos fallidos, sin embargo cuando mandaron el centro él ya estaba listo para rematarlo con la testa. El estadio volvió a callar por un momento y dejo escapar un grito de decepción cuando el letal desvió fue tapado por el portero italiano.

En ese momento, siempre con la cabeza fría se dio cuenta de que se estaba dejando llevar por la pasión del juego, que se alejaba de su plan. Volteó a ver el reloj y vió con preocupación que el juego se iba a definir en penales: lo que habían estado buscando los italianos desde el arranque. Nada le irritaba más: un final dramático, típico de Hollywood: el equipo del veterano lucha hasta el final y la contienda se define en penales, donde nadie iba a fallar, él iba a ser el último tirador oficial de su equipo, le susurraría algo al balón antes de tirar, anotaría, finalmente su portero atajaría al último tirador de los azurris y levantaría la copa por última vez.

Él no quería ser recordado como un cliché. Quería desconcertar al mundo, quería rebelarse ante esta imagen de elegancia, el putito siempre caballeroso y elegante. El tiempo corría, cada vez era más difícil lograr su plan. En ese momento, un embate francés más que acabó en las manos del arquero le dio la oportunidad. Escuchó cómo despejaba el portero italiano. En ese momento mientras trotaba de regreso, detrás de él, uno de los defensas -que más patadas le había dado a lo largo del partido- le dedicó unas palabras. Entonces vio su oportunidad, no lo pensó se volteó en ese instante y lo embistió con su cabeza cual carnero.

Pasó lo que tenía que pasar, una tarjeta roja vio la luz. La bancas se enardecieron, una bola alrededor del árbitro y el mejor jugador de los últimos tiempos se retiraba hacia los vestidores expulsado. Con lágrimas en los ojos iba pensando: ¿por qué tomé esta copa tan amarga? Me salve de la inmundicia y vulgaridad de las leyendas, nunca mencionarán mi nombre entre los demás. Nunca seré parte de un grupo, ni he querido serlo. Prefiero mi individualidad ante cualquier cosa, seré un sujeto controversial, una de las historias más intrigantes del futbol. Eso para mí es suficiente. Mi país, mi equipo: no me importan. Soy la persona más importante y mi excusa ante ellos es un simple error humano, no soy un Dios. Todos podemos cometerlo. Decían que no me puedo echar un equipo al hombro, ja! Pues vean como me lo llevo para abajo.

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