10.13.2006

Las aventuras del niño tiburón: falsa alarma

Las Aventuras del Niño Tiburón

Se llamaba Ricardo, algunos le decían Ricky o Riquiti. Era un jovencito de 13 años, de cabello rubio y rizado. Fue el penúltimo de una familia de 6 hermanos, 3 niños y 3 niñas. Desde pequeño se vio involucrado en todo tipo de problemas. Cuando tenía 5 años sus papás los llevaron a la boda de una de sus tías en el hotel Sheraton de la Ciudad de México.
Cuando se es niño lo que más le aburre a uno es ir a ceremonias relacionadas con la iglesia, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y, por supuesto, bodas. Vestirse como un sozo, todo de blanco, con huaraches y su madre peinándolo por horas era el martirio previo a la católica comunión. Al pequeño Riquiti nada le desesperaba más que tener que estar media hora, a veces una entera, sentado en una banca incomoda de madera, sentándose y parándose cuando se lo dijera un extraño con sotana. Su madre sabiendo lo travieso que era siempre le ordenaba que se sentara junto a ella para poderle dar un buen pellizco si las cosas se salían de control. Así que el pobre Riquiti se pasaba toda la misa retorciéndose en su lugar cual lombriz salada. Apenas terminaba se le escapaba de la mano de su madre y salía corriendo hacia el patio con su hermano favorito, Nachito, quien era, exactamente, un año mayor que él.
Él era su compañero inseparable en todas sus aventuras. Sin embargo, Nacho había salido a la mamá, moreno, de pelo negro, nariz pequeña, pocas palabras y puntual como un reloj suizo cuando se trataba de la comida. Cuando Riquiti todavía no había nacido, el pequeño Nacho se levantaba temprano en la mañana y se sentaba en la mesa de la cocina a esperar el desayuno. Cuando la Nana le preguntaba:
- ¿Qué va a querer Nachito para desayunar?
Nacho contestaba con señas. Ponía su puño en el aire y lo abría súbitamente. A lo cual la nana contestaba:
- Ahh! Un huevito para el nene.
Y Nacho sonreía complacido.
Ese día, de camino a la boda, en una combi sin aire acondicionado, muy pocas ventanas, un calor endiablado y un calor directamente proporcional, la conversación era algo así:
- ¡Ay amor!, ya vamos tardísimo, no vamos a llegar a la ceremonia. No te vayas a ir por ninguno de tus atajos. ¡Toma el periférico y ya!
- ¡Pero el periférico va a estar llenísimo! Sábado a las 12 del día… Bueno, como tú quieras.
- ¿! Qué!? ¡Ya son las doce! ¡Apúrale!
- ¡¿Mamá porqué le pusiste el vestido rosa a Mariana?! Dijo Margarita.
- ¡Porque ya no te queda mijita! Te lo dije.
- Si ma, pero el rosa es mi color favorito.
- Mi vida, pero el azul también es un color muy bonito.
- ¡Si pero Jorge dice que es de niño! (Jorge era el mayor de los hermanos y tenía 10 años en ese momento).
- ¡Margarita es un niño! ¡Margarita es un niño! Coreaban Nacho y Riquiti desde el fondo del coche.
- ¡Mama! ¡Míralos, me están molestando!
- ¡Jorge!, gritó su mamá. ¿! Tú le dijiste a Margarita que el azul es de niños?!
- No mamá.
- ¡Pobre de ti si me estas mintiendo!
- No mamá, en serio, sólo le dije a Nachito y a Riquiti; pero nunca se lo dije a Mariana.
Y mientras este era el tono de la plática en el coche de la familia Stern, Riquiti se divertía jalándole el pelo a su hermana Margarita. El pensaba: no es justo que Margarita le haya quitado el vestido rosa a Mariana, así que yo tengo que compensar las cosas jalándole el pelo. Apenas le empezó a jalar el pelo cuando Nacho ya lo estaba imitando; ambos se reían de su diablura, pero trataban de hacer el menor ruido posible. Si su madre los escuchaba sabían que serían castigados; en especial porque le había tomado mucho tiempo peinar a sus hermanas. Cuando no le jalaban el pelo a Margarita, apachurraban a la pequeña Tessa, que iba entre los dos. Para solucionar el problema la mamá dijo:
- A ver Ricardo, tu siéntate acá adelante conmigo; y sí tú Nacho sigues molestando a Margarita te bajamos la próxima vez que se pare el coche. ¿Y a ver cómo llegas a la casa? Esa amenaza nunca fallaba. Era el indicio de que mamá estaba verdaderamente enojada. Últimamente había adquirido mayor peligro la amenaza ya que una vez todos los hermanos vieron como bajaban a Jorge del coche. Pero en verdad los papás sólo hacían esto cuando estaban muy cerca de la casa y Jorge ya conocía el camino. Más adelante modificaron el castigo, y a veces bajaban a alguno de los niños, daban una vuelta a la manzana y lo volvían a recoger.
Después de la ceremonia fueron a la comida. Esto era el colmo para Riquiti, ropa de sozo, sermón incomprensible y encima de todo baile!!! Cómo era de esperarse, cuando los niños terminaron su postre todos pararon de la mesa y salieron a jugar en el pasillo; las niñas se quedaron. Riquiti no entendía porque sus hermanas se emocionaban tanto de los bailes, las ceremonias y los vestidos.
El pasillo tenía alfombras rojas y paredes blancas, varios salones (además del de la boda) con mesas entre ellos (sobre las mesas podía haber un sofisticado arreglo floral, un enorme espejo o ambos), elevadores, escaleras y baños. Además de sus hermanos estaban sus primos, Rodolfo, quién era más o menos de la misma edad que Jorge, Federico, quien tenía 8 años y la pequeña Tessa, la menor de sus hermanas, quien tenía apenas 4 años. Jugaron a las trais y a las escondidillas hasta que los mayores se aburrieron. Así que se congregaron a platicar alrededor de una palanca roja empotrada en la pared. Rodolfo le dijo a Jorge:
- ¿Sabes qué es eso?
- Claro, tonto, es la alarma, ¿no ves que ahí dice?
- ¿Dónde? Pregunta Federico. Y Jorge se lo señaló.
En ese momento llegaron los pequeños y Riquiti increpó a Jorge:
- Vamos a jugar otra vez.
- Ahorita no, espera.
- ¿A qué?
- A que alguien jale la palanca. Respondió Jorge. ¿Saben qué es?
- No. Dijeron Riquiti, Nacho y Tessa.
- ¿Y se atreven a tocarla? Ricardo y Nacho se voltearon a ver con inocencia e incertidumbre en sus ojos.
- ¿Por qué, qué pasa si la tocas? Preguntó Nacho.
- Nada. Respondió Jorge. Mira. Y toco la punta de la palanca con el dedo índice.
- ¿Se atreven a tocarla como yo? Preguntó Rodolfo, mientras la rozaba superficialmente y hacía como si la fuera a empujar para abajo. Ricardo y Nacho se volvieron a ver y después voltearon sus ojos hacia el hermano mayor, quien meneo la cabeza de forma negativa sin decir nada.
- A ver. Dijo Federico, mientras imitaba el movimiento de Rodolfo.
- Ahora tu Jorge. Dijo Rodolfo.
- ¿Para qué? Respondió él.
- ¿No te atreves?
- Claro que si. Mira, y al terminar de rozar la palanca agregó un giro sobre su propio eje, mismo que fue recibido con una exclamación por todos.
- ¿Y ustedes? Preguntó Federico a los menores.
- ¿O qué, no se atreven? increpó Rodolfo.
- No alcanzan, dijo Jorge, déjenlos.
- ¿Cómo que no alcanzan? Si se paran de puntas claro que llegan, dijo Rodolfo.
- No, no alcanzo, dijo inmediatamente Nacho.
- ¿Y tú? Le preguntó Federico a Riquiti. O ¿tampoco te atreves? Ricardo volvió a mirar a Nacho y después a Jorge. Los dos hermanos mayores sabían que ya tenía la excusa: no alcanzaba. Por lo tanto no dijeron nada, simplemente vieron al menor de sus hermanos sin decir nada; pensando que era implícito que si el mediano no alcanzaba el menor tampoco.
En ese momento, ante la sorpresa de todos, Riquiti dio un paso adelante, se paró de puntas, estiro su brazo lo más que pudo y tocó la punta de la palanca con su mano. Todo parecía que había salido bien, sin embargo, cuando se bajó de sus puntas, por reflejo, flexionó sus dedos y accionó la palanca. Todos los primos salieron corriendo en diferentes direcciones; excepto Riquiti y Tessa que se quedaron viendo la palanca. Después de unos instantes, al ver que no había pasado nada se congregaron alrededor de Ricardo.
En ese momento llegaron los encargados de seguridad del hotel. Cinco hombres vestidos de traje, morenos con walkie-talkies. Preguntaron: ¿Quién jaló la palanca?, con un tono de molestia y seriedad. Con el tono de alguien que trabaja para vivir al día y no por placer.
Los primos guardaron silencio. Y los guardias volvieron a preguntar, más enojados: ¿Quién jaló la palanca? O nos dicen o los acusamos a todos. Mientras veían con mayor rencor a Jorge y a Rodolfo.
El grupo permanecida unido. Jorge pensaba que nadie iba a acusar a su hermano. Pensaba que eran un batallón de soldados atrapados por el enemigo, y estaban enfrentando un interrogatorio. Estaba seguro en la lealtad de la familia. Sin embargo volvió a suceder algo que no tenía previsto. La presión quebró a la pequeña Tessita, quien con temor y nervios en su voz exclamo:
- ¡Fue Ricardo!
- ¿Quién es Ricardo? Preguntaron los de seguridad, pensando que se iban a ir sobre Jorge. Cuando de pronto todos señalaron al menor de los niños.
Los guardias se voltearon a ver entre ellos. Sabían que no podían acusar ni ser muy severos con un niño de 5 años. Y le dijeron: Llévanos con tu papá.
Los papás de Ricardo se sorprendieron de verlo llegar acompañado por los encargados de seguridad del Hotel. Ellos les explicaron la situación; gracias a que la música de la fiesta estaba muy alta ninguno de los invitados había escuchado a la alarma, inclusive, es probable que alguno que otro haya bailado a su ritmo. Esta era una alarma que sólo se escuchaba en los cuartos, salones de fiesta, restauran y recepción. Tuvieron suerte de que en el salón de fiestas no se hubiera generado la misma reacción que en todo el hotel, sino seguramente hubiera habido alguna viejita que terminara en el suelo con un hueso roto debido a una salida en estampida. Y tuvieron mucha suerte de que no hubiera mucha gente hospedada ese fin de semana. En total había como 30 huéspedes en el hotel, la mitad había salido por la tarde y la otra mitad había salido muy asustada. Así que como no pasó nada grave disculparon al pequeño diablillo y los del hotel no multaron a los padres del muchacho. Claro que fue reprendido al llegar a casa, pero a la larga se convirtió en una anécdota clásico de familia, en las cenas de navidad, de vez en cuando todavía nos reímos de lo sucedido. Esta fue la primera de muchas aventuras que vivió mi hermano a lo largo de su infancia. El relato de estas componen las aventuras del niño tiburón.


Roberto Gerhard

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